Nuevamente vuelvo a escribir para compartir con vosotros mis reflexiones, mis experiencias, MI VIDA...
Siento haber estado ausente unos días, pero he estado algo "chunguillo", y aunque he estado llendo a las clases, la profesión se lleva por dentro...
Pues bien, como podéis observar en el nombre de mi título, hago mención también por las fechas que se acercan (fechas que no me suelen gustar mucho a nivel personal, pero sí a nivel estomacal ja,ja) hago mención a aquellos señores que llevan dando ilusión y esperanzas a muchísimas generaciones de todos los tiempos...
Así pues, voy a contaros mi caso con ellos; un caso en el qué me voy a centrar en cómo descubrí lo que descubrí en su día respecto a ellos; su "GRAN SECRETO".
La etapa infantil es aquella etapa (al menos para mí) en la que todos estamos impresionados por todas las cosas que nos acontecen, con la gente que se encuentra a nuestro alrededor, con las acciones que vivimos en general, los regalos, todo es sorprendente para nuestra cabecita llena de magia y de ilusión.
Es aquella etapa en la que no tienes problemas (o al menos no problemas que tengan que resolver tú directamente, es decir, te pueden repercutir indirectamente, pero sabes que no serás tú el que tengas que resolverlos). A la vez que vamos creciendo, quizá vamos centrándonos en otras cosas más relevantes para nosotros, y esa "magia" en la que creíamos se va esfumando paulatinamente...
Pues bien os voy a contar (después de esta breve introducción infantil je,je), cómo y dónde descubrí el "Gran Secreto de los Reyes Magos".
Sonará raro, pero desde "siempre" he sabido ese secreto, quiero decir que yo supe ese "secretito" a los 4 años sin ir más lejos.
Sonará cruel, pero mis padres nunca me han ocultado la verdad de los reyes magos, ni tampoco yo me he traumatizado por saberla antes de tiempo...
Tanto mis hermanos como yo siempre lo hemos llevado con total naturalidad. Mi madre, cuando decía de comprarnos los reyes en navidad, lo decía de forma espontánea, nunca para hacernos daño; siempre de forma natural, de manera que nosotros también fuéramos conscientes de la forma en cómo la decía. Nunca ha querido fingir respecto a ese secreto. De hecho a la vez que crecíamos, aún sabiendo ya lo que sabíamos, seguíamos llendo a las cabalgatas a ver a "los reyes magos", a que nos dieran caramelos, a observar con suma expectación las carrozas de toda la cabalgata; teníamos magia aún, y esa magia jamás se vió mermada por saber lo que por aquel entonces sabíamos de los reyes.
A diferencia del resto de mis compañeros que han publicado post relacionados con el "gran secreto", a mí nunca me pilló por sopresa eso, ni me traumatizó en el momento. Yo era feliz igualmente y aunque lo sabía, yo jamás renuncié a contagiarme de la magia que aún seguía teniendo dentro de mí. Mis padres por hacer la gracia, seguían poniendo los regalos en el árbol y nosotros eramos conscientes de que lo hacían. Mi madre solía decir: "Venga chicos acostaros que mañana os van a dejar los reyes los regalos en el árbol"; pero nosotros siempre eramos conscientes de todo eso...
Mis padres eran los típicos padres que preferían que yo tuviese zapatos para no ir descalzo por la calle que tener un cochecito para ir para arriba y para abajo. Es cierto que también nos solían comprar juguetes (por ejemplo, mi madre no solía comprar Playmobil* de los que dispongo actualmente una mini colección de todos ellos), pero se centraban más en lo textil.
Es cierto que cuando fui creciendo (a los 14 años quizá), sin querer, arruiné a una niña con el secreto. Éramos amigos de toda la vida, vivíamos puerta con puerta, y no sé por qué un día estábamos hablando de la navidad y los regalos. Y yo conscientemente se me ocurrió preguntarla que qué le había pedido a sus padres para reyes. La niña entonces se puso a llorar delante de mí, y en ese momento me dijo que eso no era verdad, que iba a ir corriendo a decírselo a su madre para que le dijera que yo estaba equivocado.
Mientras la niña se iba corriendo, mi cara era todo un poema ja,ja. En ese momento, pensé que al tener 12 años como tenía ella, sus padres o incluso ella misma habría descubierto que sus padres eran los que le iban cada navidad a Juguetilandia a comprárle los juguetes.
Bien es cierto que desde que yo lo supe, jamás me dediqué a contarle a mis amigos lo que yo ya sabía. Yo en cierta manera si supe guardar ese secreto durante muchos años con ellos, hasta que ya crecí, y di por supuesto que mi vecina de 12 años también lo sabría ya.
*En cuanto a los playmobil o también llamados clic, hoy en día poseo una mini-colección que poco a poco me gustaría que fuera creciendo. La verdad es que con ellos pase un etapa fantástica, y en cierta manera hoy en día añoro esos años que tan mágicamente pasaba a su lado. Por eso actualmente me siento un poco niño; es cierto que no voy a ponerme con mi hermano gemelo a jugar con ellos, pero al colocarlos en la estantería dónde los tengo puesos, regresé a esta etapa infantil por un momento.
Todo esto tiene una explicación y es que fui hace poco a ver una exposición de los Playmobils en Madrid. Desde ese día saqué todas las cosas que tenía en mi baúl de ellos, y a día de hoy me gustaría que mi colección aumentase. Aún no puedo aventurarme si el día de mañana cuando tenga hijos, se los mostraré para que juguen con ellos, pero si ese día llega y decido enseñárselos, no dudéis en que me sentaré en la alfombra con mi hijo y jugaré con ellos como cuando era pequeño.
Os copio una historia en la que un padre tuvo que intervenir sobre el secreto de los reyes magos con su hijo...
EL REGALO DE LOS REYES MAGOS
"Apenas su padre se había sentado al llegar a casa, dispuesto a escucharle como todos los días lo que su hijo le contaba de sus actividades del colegio, cuando éste en voz algo baja, como con miedo, le dijo:
-¿Papá?
-Sí, hijo, cuéntame.
-Oye quiero... que me digas la verdad.
-Claro hijo. Siempre te la digo.- Respondió el padre un poco sorprendido.
-Es que...- titubeó.
-Dime, hijo, dime.
-Papá, ¿existen los Reyes Magos?
El papá se quedó mudo, miró a su mujer intentando descubrir el origen de aquella pregunta, pero sólo pudo ver un rostro tan sorprendido como el suyo que le miraba igualmente.
-Los niños dicen que son los padres. ¿Es verdad?
La nueva pregunta de su hijo le obligó a volver la mirada hacia él y tragando saliva le dijo:
-¿Y tú que crees, hijo?
-Yo no sé, papá, que sí y que no. Por un lado me parece que sí que existen porque tú no me engañas, pero como las niños dicen eso.
-Mira hijo, efectivamente, son los padres los que ponen los regalos pero...
-¿Entonces es verdad?- cortó el niño con ojos humedecidos.- ¡Me habéis engañado!
-No, mira, nunca te hemos engañado porque los Reyes Magos sí que existen- respondió el padre cogiendo con sus manos el rostro de su hijo.
-Entonces no lo entiendo papá.
-Siéntate cariño y escucha esta historia que te voy a contar porque ya ha llegado la hora de que puedas comprenderla- dijo el padre mientras señalaba con la mano el asiento a su lado.
El pequeño se sentó entre sus padres ansioso de escuchar cualquier cosa que le sacase de su duda, y su padre se dispuso a narrar lo que para él debió de ser la verdadera historia de los Reyes Magos.
Cuando el Niño Dios nació, tres Reyes que venían de Oriente guiados por una gran estrella se acercaron al Portal para adorarle. Le llevaron regalos en prueba de amor y respeto y el Niños se puso tan contento y parecía tan feliz que el mas anciano de los Reyes, Melchor, dijo:
-¡Es maravilloso ver tan feliz a un niño!. Deberíamos llevar regalos a todos los niños del mundo y ver lo felices que serían.
-¡Oh, sí!- exclamó Gaspar-. Es una buena idea, pero es muy dificil de hacer. No seremos capaces de poder llevar regalos a tantos millones de niños como hay en el mundo.
Baltasar, el tercero de los Reyes, que estaba escuchando a sus dos compañeros con cara de alegría comentó:
-Es verdad que sería fantástico, pero Gaspar tiene razón y, aunque somos magos, ya somos ancianos y nos resultaría muy difícil poder recorrer el mundo entero entregando regalos a todos los niños. Pero sería tan bonito.
Los tres Reyes se pusieron muy tristes al pensar que no podrían realizar su deseo.
El Niño Jesús que desde su pobre cunita parecía escucharles muy atento sonrió y la voz de Dios se escuchó en el Portal:
-Sois muy buenos, queridos Reyes, y os agradezco vuestros regalos. Voy a ayudaros a realizar vuestro hermoso deseo. Decidme ¿qué necesitáis para poder llevar regalos a todos los niños?
-¡Oh, Señor!- dijeron los tres Reyes postrándose de rodillas. Necesitaríamos millones y millones de pajes, casi uno para cada niño que pudieran llevar al mismo tiempo a cada casa nuestros regalos, pero... no podemos tener tantos pajes... no existen tantos.
-No os preocupéis por eso -dijo Dios- yo os voy a dar, no uno sino dos pajes para cada niño que hay en el mundo.
-¡Sería fantástico! ¿pero como es posible?- dijeron a la vez los tres Reyes con cara de sorpresa y admiración.
-Decidme, ¿no es verdad que los pajes que os gustaría tener deben de querer mucho a los niños?- preguntó Dios.
-Sí, claro, eso es fundamental- asintieron los tres Reyes.
-Y, ¿verdad que esos pajes deberían conocer muy bien los deseos de los niños?
-Sí, sí. Eso es lo que exigiríamos a un paje- respondieron cada vez más entusiasmados los tres.
-Pues decidme, queridos Reyes, ¿hay alguien que quiera más a los niños y los conozca mejor que sus propios padres?
Los tres Reyes se miraron asintiendo y empezando a comprender lo que Dios estaba planeando cuando la voz de nuevo se volvió a oír:
-Puesto que así lo habéis querido y para que en nombre de los Tres Reyes de Oriente todos los niños del mundo reciban algunos regalos, Yo ordeno que en Navidad, conmemorando estos momentos, todos los padres se conviertan en vuestros pajes, y que en vuestro nombre, y de vuestra parte, regalen a sus hijos los regalos que deseen.
También ordeno que, mientras los niños sean pequeños, la entrega de regalos se haga como si la hicieran los propios Reyes Magos; pero cuando los niños sean suficientemente mayores para entender esto, los padres les contarán esta historia y, a partir de entonces, en todas las Navidades, los niños harán también regalos a su padres en prueba de cariño. Y, alrededor del Belén, recordarán que gracia a los Tres Reyes Magos todos somos más felices.
Cuando el papá hubo terminado de contar esta historia, el niño se levantó y dando un beso a sus padres dijo:
-Ahora sí que lo entiendo todo papá. Y estoy muy contento de saber que me queréis y que no me habéis engañado.
Y corriendo se dirigió a su cuarto, regresando con su hucha en la mano mientras decía:
-No sé si tendré bastante para compraros algún regalo, pero para el año que viene ya guardaré más dinero.
Y todos se abrazaron mientras a buen seguro, desde el cielo, tres Reyes Magos contemplaban la escenda tremendamente satisfechos."
Espero que como ejemplo, os haya hecho entender muchas cosas.
"La magia no desaparece por qué descubras un secreto, la magia permanece en ti si así lo deseas". Yo sigo disfrutando de la magia de la navidad y todo lo que le concierne..., ¿Y tú?
Un abrazo a todos, y gracias.
Hola Javier
ResponderEliminarInteresante historia la que compartes. En tu caso, está claro que la "magia" que se vive en la infancia, no depende en sí de conocer quiénes son o no los reyes, va más allá de eso. Así que no tenía por qué influir el conocer ese detalle. Hay muchas cosas sorprendentes en el mundo de las que maravillarse, el problema es cuando como adultos perdemos ese sentido de asombro tan básico.
Por cierto, creo que comparto contigo el haber jugado mucho con los clicks. Cuando estoy con mis sobrinos puedo jugar con ellos, situándome en un contexto de juego. Al fin y al cabo eso es lo que significa jugar, ¿no? No hemos tenido tiempo de desarrollar mucho ese tema, pero te animo que que lo explores, porque es muy importante, y para nada se limita a la infancia.
Me gustó la historia que pusiste, de nuevo, respeta la manera de entender la situación del hijo, y lo liga intergeneracionalmente, dándole un nuevo sentido y dándole un nuevo rol, supone una intervención desarrollativa, le ayuda a pasar a otra etapa. Muy interesante. Por cierto, te voy a pegar en otro comentario una historia de John Fowles (un escritor inglés), a ver qué te parece.
Un saludo
Alejandro
Érase una vez un joven príncipe que creía en todas las cosas menos en tres. No creía en las princesas, no creía en las islas y no creía en Dios. Su padre, el rey, le dijo que nada de eso existía. Y como no había en los dominios de su padre princesas ni islas, ni tampoco señal alguna de Dios, el joven príncipe creyó lo que su padre le decía.
ResponderEliminarPero un día el príncipe se escapó de palacio. Y llegó al país vecino. Allí se quedó asombrado al ver islas desde todas las costas. Y, en esas islas extrañas, criaturas a las que no se atrevió a dar su nombre. Cuando buscaba un barco, un hombre vestido de etiqueta se le acercó y el príncipe le preguntó:
__ Eso que hay ahí, ¿son islas de verdad?
__ Claro que son islas de verdad – dijo el hombre de traje de etiqueta.
__ ¿Y qué son esas extrañas y turbadoras criaturas?
__ Son todas ellas princesas auténticas.
__ Entonces, ¡también Dios existe! – exclamó el príncipe.
__ Yo soy Dios – repuso el hombre vestido de etiqueta, haciéndole una reverencia.
El joven príncipe regresó a su país lo antes que pudo.
__ De modo que has regresado – le dijo su padre, el rey.
__ He visto islas. He visto princesas. Y he visto a Dios – le dijo el príncipe en son de reproche.
El rey no se conmovió en absoluto.
__ Ni existen islas de verdad, ni princesas de verdad ni Dios de verdad.
__ ¡Yo lo he visto!
__ Dime cómo iba vestido Dios
__ Dios iba vestido con traje de etiqueta.
__ ¿Te fijaste si llevaba arremangada la chaqueta?
El príncipe recordó que, efectivamente, así era. El rey sonrió.
__ Eso no es más que el disfraz de los magos. Te han engañado.
Al oir esto, el príncipe regresó al país vecino, fue a la misma playa y encontró una vez más al hombre que iba vestido de etiqueta.
__ Mi padre el rey me ha dicho – dijo el joven príncipe con indignación – quién es usted en realidad. La otra vez me engañó, pero no volverá a hacerlo. Ahora se que eso no son islas de verdad ni princesas de verdad, porque usted es un mago.
El hombre de la playa sonrió.
__ Eres tú, muchacho, quién está engañado. En el reino de tu padre hay muchas islas y muchas princesas. Pero como estás sometido al hechizo de tu padre, no puedes verlas.
El príncipe regresó pensativo a su país. Cuando vio a su padre le miró a los ojos.
__ Padre, ¿es cierto que no eres un rey de verdad, sino un simple mago?
El rey sonrió y se arremangó la chaqueta.
__ Si, hijo mío, no soy más que un simple mago.
__ Entonces, el hombre de la playa era Dios.
__ El hombre de la playa era otro mago.
__ Tengo que saber la verdad auténtica, la que está más allá de toda magia.
__ No hay ninguna verdad más allá de la magia – dijo el rey.
El príncipe se quedó muy triste.
__ Me suicidaré – dijo.
El rey hizo que por arte de magia apareciese la muerte. La muerte se plantó en el umbral y llamó al príncipe. El príncipe se estremeció. Recordó las bellas aunque irreales islas y las bellas aunque irreales princesas.
__ Muy bien – dijo -. No puedo soportarlo.
__ Lo ves, hijo – dijo el rey – También tú empiezas a ser mago.